lunes, 21 de noviembre de 2011

¿A quién esperas?

Descomplicadamente simple.

Y es que sucedió en un 8 pre-equinoccio.
  
-¿En verdad crees que no me doy cuenta por qué miras cada segundo a la izquierda?- Carmen me preguntaba como si fuese fácil leer el nombre que estaba pegado con post-its  fosforescentes en mi cabeza. En realidad sí era muy fácil. Indudablemente.
-Solo quiero, solo quiero verlo. Una vez más. Hace días que no lo veo. No sé qué tiene.- le decía sin mirarla a los ojos. Gravísimo error. Volteé la mirada, y esa mirada suya con una ceja levantada y con cara de “no seas estúpida, pero así te quiero”. En realidad, ella no sabe cuánto la puedo llegar a querer cuando hace esa cara. Me conoce tanto.
-Ajá, ¿y qué harás si lo ves?- me preguntó nuevamente sin dejar de hacer esa mueca.
-Pues, no sé, hacerme a la desinteresada. Sale a las 6 de Historia.- le dije mirando a cada persona que pasaba.
-Ok, no preguntaré cómo carajos sabes que sale a las 6. ¿Tanto, Lola? ¿Tanto?- me dijo tratando de buscar mi mirada y alzando la voz para llamar mi atención. Era inútil.
-¡Me dio su horario! ¿Qué quieres que haga? Además, una amiga está con él en la misma clase. Ya saldrá pronto. Tú solo avísame cuando sean las 6. Iré a comprar un café, ¿quieres algo?- le dije mientras me levantaba y agarraba mi billetera rota con rezagos de la magia de mi amor infantil.
-No, gracias.- me dijo con esa sonrisa sarcástica y moviendo los ojos.
Al pasar por el pasillo de las máquinas de café, mi cuerpo temblaba. Ni podía sacar las monedas bien porque tenía miedo de que salga en cualquier momento y me vea así, tan indefensa. Él sabía que estaba así. Le gustaba matarme así, de a poquitos. Llamándome e ilusionándome. Yo lo odiaba porque era la única persona a la cual yo no podía domar. A mí me encanta ir por la delantera, a él también. Eso fue lo que le espantó de mí. Al menos a mí, algo de tolerancia me quedaba. “No va a salir, tranquila”. ¿Y qué rayos hacía pensando tanto en él si tenía que hacer una tarea de Estadística?

Regresé al comedor de Letras, me volví a sentar en ese lugar clave para ver quién sale y quién llega. Ya casi eran las seis, el tontódromo camino a Letras se iba poblando cada vez más. Ya no veía caras, solo cantidad de personas. Ya no veía caras, solo buscaba la suya. Cada vez que veía un pelo largo y lacio por ahí, mi corazón saltaba y luego se calmaba de un tirón cuando me daba cuenta que solo era un individuo más.
-Ya Lola, suficiente. Resolvamos esta mierda que no entiendo nada.- me dijo ella con esa voz renegona y maternal.
-Está bien…- Saqué una hoja de mi cuaderno y empecé a copiar las indicaciones de la laptop de Carmen. Mi mente estaba en otro lado. Mi mente estaba en mi ojo izquierdo que miraba cada segundo al tontódromo.
-Si sigues así nunca harás nada, Lola.- nuevamente la mueca que me gusta de Carmen.
-Es que, es que…no lo veo, Carmen. No quiero decir que lo extraño porque sería demasiado, pero las cosas tampoco son así.- le dije quejándome. –Creo que está jugando conmigo, lo peor de todo es que el alucina lo contrario. Las cosas aún no terminan, no se pueden dejar así-
-¡Ya basta! Tú sabes muy bien que es un imbécil. ¿Y sabes qué? Dejemos de hablar de Renato y ahora iré a preguntarle sobre la tarea a la mesa que está detrás de ti.- dijo Carmen, casi molesta y harta de mis comentarios sobre Renato. A veces me tentaba el hecho de pensar que tal vez eran celos porque a ella le llegó a gustar Renato, pero luego me decía que era imposible. Yo era la loca obsesionada.
-Espera, oye. No conoces a nadie…- le dije dudosa y tratando de cambiar de tema sonando desinteresada.
-Oh cierto, no está el chico de mi grupo.- dijo desilusionando mirando al frente. –¿Los borrachitos, ¿no?- me dijo riéndose, casi burlándose.
-Ah sí, uno está en mi grupo. Ni lo he saludado.- le dije desinteresada, sin ganas de pararme y mirando a la izquierda. Seis en punto.
-Anda tu, pues. Total lo conoces.- me dijo volviéndose a sentar.
-No, no quiero. Ni lo conozco bien, el tampoco me ha saludado.- dije sin mirarla a los ojos.
-Está bien, está bien.

Silencio. Inmutadas. Izquierda. Nadie pasaba. Lo esperaba y nada. ¿Por qué me hacía eso? Estaba empezando a pensar que el huía de mi. ¿Cobardía? ¿O es que en realidad no quería nada conmigo y yo era muy evidente en buscarlo? Tampoco era a lo que lo iba a buscar a su salón ni nada, solo lo quería ver después de tiempo. Me daba por vencida…pero no, podía pasar en cualquier momento. Miré fijamente mi hoja en blanco, solo con palabras vacías que ni entendía porque eran copiadas. Me desconecté por un momento y la canción de La Lá que escuchaba cada mañana mientras me alistaba y me ponía bonita, porque…¿quién sabe si me lo encontraba ese día? Nunca se sabe cuando me lo podía encontrar. Pero tampoco nunca se sabe qué o a quién me podía encontrar ese día o cualquier otro. “Esta pasión que yo siento por ti, fue la causa de tu fuga, pero pasó.” Bueno, era ilógico que me haya dado una oportunidad para entrar en esa ilusión que debí haberla tenido hace mucho y creo que estaba abusando de ese permiso a mi misma. Lo único que pedía, era tan solo, cerrar el círculo o continuarlo, no sé. Detestaba – y a la vez adoraba- esa pausa que habíamos puesto en esta comedia. Aparece, aparece…aparece.

-…porque yo no sé hacer ni michi de esta cuestión, por favor ayúdanos. Ahí están tus amiguitos, ¿les puedes preguntar?- escuchaba a Carmen hablando con alguien más. Yo no volteaba.
-Yo no he hecho ni mierda tampoco y no les pienso preguntar menos.- respondió una voz grave. ¿Él? Nah, tenía voz de pavo.
Decidí levantar la mirada y era un chico con unos rulos alborotados y definidos mismo comercial de shampoo: ese intermedio que no se sabe si está recien salido de la ducha o llevaba días sin bañarse. Gafas con marco negro, muy intelectual y a la vez con un aspecto de que no le importaba un carajo todo lo que estaba a su alrededor por alguna extraña razón, ni el mismo. Completamente de negro, solo con una bufanda color guinda que lo hacía ver aún más desaliñado. Un morral roto se apoyaba en su cintura. Esos ojos caídos que jamás sonríen que reflejan vacío, soledad . No usaba jeans, usaba pantalón. Lo único que no iba con toda esta descripción, era su cuerpo, que a pesar de estar completamente cubierto, se le notaba que tenía buen cuerpo. Increíblemente, no tuve un ataque de lujuria. Inmutado, seguía con esa cara de que mandaba tanto a la mierda la vida, su propia vida, que parecía que ser de aquellos que no le importaba emborracharse o estar drogado a la luz del día, acostarse con alguien desconocido, para luego terminar leyendo filosofía solo. Millones de prejuicios pasaron por mi cabeza hasta que se dio cuenta que había levantado la mirada y me empezó a mirar también cautelosamente. Sí, se prejuicioso. Carmen se paró de la nada y se fue a la mesa de atrás. Yo me quedé mirándolo. No, no. No era un Adonis, pero, fueron de esas corazonadas que hacían que mi mente mande al diablo a todo lo trillado y mi anticursilería.
-Entonces, ¿no sabes nada?- le dije mordiéndome los labios y jugando con mi pelo. Lola al ataque.
-No, no sé nada.- él buscaba algo.
-Tienes pinta a que sí.- le dije riéndome. Oh Lola, no nuevamente. ..
–¿A qué carrera vas, ah?- le dije sin despejar de mi mirada de él. ¿Y la izquierda, Lola? ¿Renato? ¿Qué? ¿Quién? Ah, él. No sé, pues. Se fue.
-Antropología, ¿tú?- me dijo sonriéndome tan tiernamente.
-¡Qué genial! Yo también, es muy increíble y raro conocer a gente que va a mi carrera.- le dije ya en un éxtasis incontrolable. -¿Cuál es tu nombre, futuro colega?-
-Ricardo y no soy stalker, ¿el tuyo?- Oh, el chico que gritó en mi clase pasada que quería facebooks para stalkear a gente. Sonrió al verme tan emocionada y no es por ser “modesta”, pero sus ojos demostraban la misma emoción o quizás hasta más. ¿Por qué habrá sido?
-Lola.- le dije sin dejar de sonreír y sentía como esos hoyos que se forman en mis cachetes me clavaban en lo más profundo de mi boca. Me reí frunciendo el ceño por lo de “no ser stalker”.
-¡Oh! Lola. ¡Lola Barcelona!- lo dijo casi gritando y muy emocionado.
-Y no eres stalker…- le dije riéndome y con cara de confundida. En realidad era mi cara que puse para tratar de esconder la emoción que llevaba adentro porque ya sabía quién era. ¿Qué carajos me estaba pasando?
-Bueno, Ricardo, es un gusto, en serio un gusto conocer a alguien que va a mi carrera.- Mentía, un gusto conocer a alguien como él y que me haga reír a los segundos de haberlo conocido.

Un placer conocerlo, un verdadero placer. Y no, no fue un placer. Un orgasmo conocerte.

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