Vómitos de la tercera crónica con análisis antropológico que hago consciente y la primera que hago totalmente sola.
La pregunta es ... ¿qué es mejor? ¿el trabajo de campo o redactarla en una madrugada que me roba los sueños? Difícil de escoger, amigos. Al menos para mí, sí lo es.
Escribí sobre uno de esos lugares, que ya perdieron el nombre de lugares y solo son conocidos como huecos por sus mismos caseritos. Olor a cigarro, a cebada, quizás algo más, en serio no es necesario tener un motivo para ir. Si te consideras insaciable, con ciertos vacíos que necesitas llenar con algún placer hedonista y sin nada mejor qué hacer, te recomiendo que vayas. Y para los observadores, pues vayan a chequear y, por qué no, si ya tienen un vaso al frente, disgustar un poco. Al final, todos terminamos chupando y que chu.
Rutinas, vida cotidiana, los "no lugares", redes sociales, identidades, la urbe, hedonismo, él, yo, la grabadora en la mesa, llega el momento tan esperado y orgásmico de botar el análisis antropológico atragantado en mi garganta cargado de metáforas, analogías y crudeza, y la imparcialidad que recorre sobre las venas de las yemas de mis dedos tecleadores tiene que hacerse presente.
"T tiene un círculo muy grande de amigos y hace cada vez más con cada sorbo que da a su trago. Los amigos de T que acuden a este lugar son, en su mayoría hombres, que decidieron continuar la rutina etílica que comenzaron cuando eran cachimbos. Él cuenta que la única manera que muchos de sus amigos dejan esta rutina es cuando se enamoran o cuando tienen novia, pero para él, su única y eterna enamorada, es una botella de cerveza a la cual abraza mientras cuenta cómo lo 'abandonan' sus amigos."
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