miércoles, 1 de abril de 2020

Han pasado muchas cosas...y ahora un virus


Este blog está a punto de cumplir diez años. Diez años de montaña rusa con subidas y bajadas. De logros y decepciones. Pero dento de todo, de mucha vida, creo yo. Comenzamos el resumen de lo que fue la década pasada.

Tuve una relación desastroza y abusiva al que dediqué varios posts. Tuve una depresión fortísima y tuve que estar medicada por varios meses. En ese entonces no creía en la terapia. Bajé de peso y fumaba mucho. No sabía tomar alcohol, siempre vomitaba. Salí con un chico que me gustó desde el primer día de clases de la universidad y no funcionó. Seguí con la maldita depresión. Conocí a alguien con el que estuve 1 año clavado, una relación no tan desastroza pero que tenía un destino final. Jalé dos cursos, me prometí a mí misma jamás volver a jalar. Y desde ese entonces, me volví más chancona que nunca. Tanto así que gané varios premios a lo largo de mi carrera, trabajaba y estudiaba al mismo tiempo. Tenía que ser la mejor, creía yo. Tenía que ser capaz de hacer todo, y todo hacerlo bien, me decía. Tenía que, tenía que, tenía que. Decidí ser antropóloga, decidí ser "la mejor versión de mí misma". Subí de peso, subí de peso, subí de peso.

Retomé el contacto con una gran amigo de la infancia y adolescencia. Lo fui a ver al extranjero y decidimos comenzar una relación que hasta ahora lleva 7 años. Subí de peso y decidí bajar de peso. Bajé de peso, bajé de peso, bajé de peso. La cuerpa vivía llena de juicios e insultos de las personas que supuestamente me querían. Insultos de mí misma. Me obsesioné con bajar de peso, con las dietas, con las sentadillas. Contaba calorías. Era la mejor alumna, me sentía presionada por hacer todas las actividades extracurriculares posibles, trabajar y al mismo tiempo tener las mejores notas. Revista, comisión editoral, organización de eventos, publicar artículos, amanecidas, amanecidas y amanecidas. Trabajos finales estelares.

Mis respiros fueron los viajes de visita a mi pareja. Estados Unidos, Europa y me fui a estudiar al país de las pequeñas multitudes, Finlandia. Visité todos los lugares posibles con poco presupuesto y con solo una mochila. Viajé dos meses seguidos. Me enamoré de Istanbul, Marruecos, Praga, Lisboa. Se volvió costumbre eso de entregar un trabajo final y al día siguiente (o a las horas) estar montada en un avión. Era difícil la distancia entre los dos, él sabe que nunca lo perdonaré haberse ido a Finlandia por la maestría, pero de no haber pasado eso, cuántos lugares hermosos me hubiera perdido.

Regresé a Lima, tuve mi primer trabajo de oficina. Odiaba a mi jefe, pero el resto de colegas eran amables. Decidí comenzar mi tesis de licenciatura sobre un espejismo y demonio mío que no aceptaba en ese entonces, la anorexia y bulimia. Una tesis no común entre antropólogos que deciden ir a comunidades en la amazonía o los andes. Escogí a la mejor asesora de tesis. Luego de cada asesoría salía desmoralizada, pero fueron esos momentos lo que me enseñaron tanto. Bajé de peso, bajé de peso. Empecé a hacer trabajo de campo, una de las experiencias más hermosas de mi vida entera. Empecé odiando la psicología, la medicina; terminé el trabajo de campo con el bichito de querer ser terapeuta. El falso relativismo académico me acompañaba y tenía mis dudas sobre el feminismo y el activismo. 

Entregué el informe de campo y estaba en un avión. Volví y comencé a trabajar inmediatamente. Me ofrecieron un trabajo con un buen sueldo. Mi tesis recibió tres premios distintos. Me premiaron como excelencia académica. Mis padres van al menos una vez al año a la universidad a ver cómo me entregan algún premio de investigación. Dicen que así poco a poco me están devolviendo todo el dinero que invirtieron. Como una vez le dije a mi terapeuta, ¿cómo esperan que deje de ser ansiosa si constantemente el mundo te refuerza las amanecidas, la ansiedad, el control y la perfección?

Empecé el trabajo soñado y con buen sueldo. Me abrumé, me asusté, me trataron mal. No era tan bonito como me lo imaginaba. Me aburría. Y en todo este mal rato, pensé que la mejor forma de escapar de esta realidad soñada que se había convertido en pesadilla, era empezar una maestría. Y fue así como comencé la Maestría en Estudios de Género mientras al mismo tiempo terminaba de redactar la tesis. Y al mismo tiempo estaba en un trabajo que no soportaba, me disasociaba, me causaba demasiado conflicto ver el esqueleto de mi alma máter. Recuerdo que una vez fui a almorzar con una amiga y su pareja (ahora ex-pareja), y sentí que estaba ahí, pero al mismo tiempo no estaba ahí. 

Mi pareja vino a vivir a Lima y fuimos felices. Me dio paz, pero me seguía ahogando. Con mi primer sueldo, lo primero que hice fue meterme a una nutricionista y buscar a un psicólogo. Bajé de peso, pero lento, mi cuerpa ya no reaccionaba a las dietas luego de estar en constante restricción. Me quebré en mi primera sesión de terapia. Estaba desesperada, quería ser libre. Mi psicólogo me preguntaba, ¿dónde está la Lola de Marruecos y Finlandia? No lo sé, lloraba. Bajé de peso, bajé de peso hasta que me harté. Me harté de restringirme toda una semana esperando al bendito "cheat day", en el cual me atracaba de comida hasta reventar. Veía una olla de arroz y quería devorármela. Le dije a mi nutricionista que ya no podía. Empecé a comer todo lo que encontraba, todo lo que me restringí.

Eventualmente alcancé un punto medio entre todos esos malabares de cosas, sustenté, terminé mi primer ciclo de maestría, y pasé mis meses de prueba. Decidí llevar menos cursos y empecé a encontrarle el gusto a lo que hacía. Y vino una nueva actividad que jamás esperé que me iba a apasionar tanto: la enseñanza. Sabía que si quería ser una académica reconocida tenía que eventualmente tener experiencia como profesora. Decidí hacerlo, y fue magia. Descubrí una nueva vocación. ¿Y si quizás debí haber estudiado educación? Entre la maestría y estar en contacto con mis alumnos, me fui acercando al activismo y al feminismo. Y vaya que me ayudó a reconciliarme conmigo misma. Decidí darle una última oportunidad y fui a una nutricionista. Me costaba bajar de peso. Decidí tirar la toalla. Estaba en un punto medio y estable disfrutando mi trabajo, enseñar y la maestría. La universidad se fue al hoyo en escándalos de corrupción, participé en una intervención y luego en muchas protestas más. A veces no voy a algunas porque no quiero pasar un mal rato encontrándome a mi ex.

Luego vinieron las dudas, ¿y si me voy a otro lado? Por más organizada y planificada que parezca, a veces pienso que a mí me cuesta mucho seguir las reglas y soy más rebelde de lo que parezco. Es más, considero que si mi madre me hubiera llevado a un psicólogo de niña en estos días, probablemente me diagnosticarían de hiperactividad o algo así. Se me vino la loca idea de postular al extranjero, pero con miedo. Al mismo tiempo no quería, dudaba. Sabía que uno de los grandes motivos era querer estar con mi pareja, ir a estudiar al extranjero era una gran excusa. Me metí a clases de inglés, dicté 4 cursos, renuncié a mi trabajo porque quería hacer más cosas, el tiempo no me daba. Volví a la psicóloga desesperada, ahogándome. Me derivaron a psiquiatría. Me diagnosticaron ansiedad generalizada, rasgos de personalidad límite y un trastorno alimenticio. Y sí, he salido del closet de la salud mental. ¡Incluso con mi padre! Está bien no estar bien siempre. Nunca más volveré a hacer dieta. Quizás sí retomo el ejercicio, pero por el momento estoy en la lucha de aceptar la cuerpa. A mi psicóloga siempre le decía, al menos ya no quiero bajar de peso, tan solo quiero aceptar mi cuerpo. Así como está.

En diciembre, luego de averiguar bastante de forma legal, decidimos casarnos. Y eso significo todo un conflicto interno con el feminismo. Felizmente lo logré resolver y entrar en paz conmigo misma. Tengo que admitir que los dos meses de preparación del pequeño matrimonio que organizamos fueron lindos. En medio de todo eso, mi pareja y yo nos fuimos a Cusco y Puno a sacarnos unas fotos preciosas. Me uní muchísimo más con mi familia, con mi pareja. Mi hermano me dio el mejor regalo de la vida, un concierto privado con una banda entera y con mis canciones favoritas. Escribí el discurso más antiboda y antiromántico que se ha escuchado jamás, contraté a una drag queen para que haga su show. Bailamos mucho en mi boda, terminé ebria, drogada y vomitando, como debe ser. Mis padres conocieron a los padres de mi pareja. Los padres de mi pareja la cagaron en el discurso de bodas con palabras vacías, y mis padres brillaron por su emotividad y amor por nosotros. Tengo la suerte de tener los padres que tengo. Fueron días de pasear por las calles limeñas. Fueron bonitos días, y nunca imaginamos que iba a pasar después.

Viajamos luego a casarnos en el país donde estaríamos haciendo nuestros trámites. Las primeras semanas fueron buenas con las expectativas del matrimonio y tratando de hacer las paces con los suegros, con quienes no he tenido una buena relación en el pasado (tampoco mi pareja la tiene con ellos). Vino mi madre y hermano a visitarnos, y la pasamos muy bien conociendo, viajando y divirtiéndonos. Sin embargo, luego aprendí la importancia del autocuidado y que las personas son muy difíciles de cambiar lamentablemente. De verdad que hay personas muy complicadas e invalidantes. Una discusión bastante fuerte (quizás una de las más fuertes que he tenido) hizo que por primera vez se me pase por la cabeza la idea de la autolesión. No se preocupen, con mi pareja no fue. Ya se imaginarán con quiénes. Dicen que la autolesión son esas ganas de liberar alto estrés, ansiedad, colera, impotencia y tristeza. Y sí, eso era lo que sentí ese día. Me derrumbé por unos días, lloré, quise regresar a Lima. Y para colmo, pandemia. Al menos ya estoy más estable. 

Me he quedado varada en un país que no es el mío, esperando regresar a Lima para continuar con mis tareas y trabajos. Me he quedado varada en una familia que no es mía, o que no la siento como mía. Me he quedado varada en un lugar donde no quieren que yo esté y tampoco yo quiero estar. Quiero pintarme el cabello de azul o morado. Ya me corté el cabello yo sola. A veces pareciera que estoy pasando por una segunda adolescencia y estoy son mis maneras de protestar o pedir auxilio. Estoy tratando de aplicar todas  mis habilidades aprendidas en terapia. Extraño a mi familia, a mis padres, a mi hermano. A mi gata, a mi perra. Estoy con mi esposo, pero tenemos que salir pronto de este lugar para sentirnos verdaderamente juntos y solos. Quiero irme, quiero irme, quiero irme. Queremos irnos. 

A fines del 2017, a vísperas de Navidad, en Perú un presidente indultó a otro presidente corrupto y ladrón. Meses más tarde el presidente indultador renunció a la presidencia. Asumió el vicepresidente quien es presidente hasta ahora. Durante el 2018 finalmente hubo una ola de "justicia divina" donde varios corruptos salieron a la luz y fueron detenidos o sentenciados a prisión preventiva. Entre ellos, varios ex presidentes cayeron, incluido el presidente indultado y su hija, quien es candidata eterna a la presidencia. En el 2019, un ex presidente se suicidó de un balazo para eviter que lo detengan, meses más tarde, el presidente que nadie eligió cerró el congreso. En diciembre, se empezaron a oler los rumores de un virus asesino. Dice la frase, éramos felices y no lo sabíamos, las salidas a tomar pisco, las salidas al cine, el teatro, las elecciones, el trabajo de oficina, el trabajo en clases, la interacción con mis alumnos, conocer nuevos restaurantes, nuestra boda. En medio de esta pandemia, mi pareja y yo estamos agarrando nuestras maletas y nos vamos a largar de un ambiente tan mala vibra. Tenemos miedo de contagiarnos, pero si no es eso, creo que un día voy a tener una crisis nerviosa en esta casa y morir de algo más. Volvió la ansiedad pero la supe parar, la incertidumbre está en el aire y no puedo hacer nada al respecto. Probablemente esté engordando por la falta de actividad física, pero quiero aceptar mi cuerpo. Ahora todos estamos en una situación que parece ser el fin del mundo. 

Una luz en el camino. Lo de bueno es que mi pareja y yo comenzaremos una nueva vida juntos, en nuestro propio departamento, en nuestro propio espacio. Ahora comenzaré a dar clases virtuales y también seguiré con la maestría.

Yo creo que es el fin del mundo como lo conocemos. Como lo conocí. Estoy cambiando, estamos cambiando, el mundo está cambiando.