Viddy well, little brother, viddy well.
Recuerdo estar apoyada en él moviéndome de un lado a otro. La música de doble compás resultaba monótona y me sentía pequeña frente a las demás chicas rubias y altas que bailaban con otros chicos de las mismas características. Pero eso no importaba. Sentía el hedor a vomito que salía de su chompa y no me repugnaba. Recordaba que al llegar a mi casa tenía que llamar al novio para decirle cómo la había pasado. Pero en ese momento era como si él no estuviera conmigo, y a decir verdad, no lo estaba. A lo lejos veía unas chicas con tacos y muy maquilladas. Eran de mi colegio y estaban en años superiores, y se burlaban de ver a dos niños como nosotros en una discoteca para mayores. Yo en esas épocas estaba con el cabello cortísimo y con cerquillo, tacos pequeños y me pesaban los ojos por tan solo llevar rimel. Miraflores era un lugar de prejuicios y de palabras enclaustradas en la palma de la mano. Todo eso se perdía cuando levantaba la cabeza y veía sus ojos plomos reflejándose de mil colores con las luces de la discoteca. Sentía un cosquilleo por mis piernas y me pegaba más hacia él. Me sentía un poco mareada por las latas de cerveza. Sentí que agarro mi mano y me dijo para sentarnos. Lo miré tiernamente como si le hubiese pedido algo más alla de las eternas conversaciones nocturnas de cine independiente y música alternativa, me miró confundido y simplemente lo seguí a los asientos. Me apoyé en su pecho mientras él intentaba fumar y me olvidaba del pseudo amor caribeño. Fuimos los buenos drugos en busca de lo ultraviolento y que nos trague un inodoro.
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