Lo peor y lo mejor que pueden existir en el mundo son las despedidas. Desgarradoras, te arracan dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno de los ojos y tan solo recordarlas hacen vibrar tu cuerpo con esa sensación extraña de soportar algo sobre tu diafragma. A la vez, las despedidas más tristes son el clímax de momentos inolvidable que tu sabes -aunque en la misma despedida, por compromiso o para autoconsolarte, repites las mismas palabras- que no volverás a ver a esas personas o que al menos es imposible repetir las mismas situaciones. Si es que hubiera repetición, los momentos no tendrían tanta importancia, no sería tan bonitos recordarlos. Duele recordarlos pero a la vez, el recuerdo te roba una sonrisa que a veces le siguen de ojos empañados, pero uno inconcientemente sabe que si se volverían repetir no tendrías esa sensación, que por más dolorosa que sea, es una sensación de nostalgia pura.
No hablo de despedidas de relaciones, amistades, cuestiones sentimentales, que uno mismo se aparte de las personas, ya que ahora con msn, skype, facebook, entre otros, es imposible perder el contacto con las personas. ¿Entonces qué es lo que duele? Lo que duele es el hecho de saber que esos momentos no volverán a repetirse y si es que vuelves a ver a esas personas, ya no será lo mismo de antes. Quizás el hecho que hay pocas probabilidades que no volverás a ver a esas personas, que es un equivalente al hecho que hayan fallecido para ti o tú para ellos, total nunca más los volverás a ver o conversar con ellos, practicamente como la muerte de alguien no tan cercano a ti. Además las lágrimas le dan ese toque triunfal al final. Te dejan con ese pólvoro en la boca que viviste bien, que la pasaste bien, que gozaste. Todos somos sensibles, somos humanos, nuestro cuerpo esta muy bien diseñado para que cuando sintamos emociones, lloramos, reímos, sonreímos, se nos erizan los vellos, etc. El que no lloró en una despedida, es porque en verdad, los momentos no tuvieron el significado necesario para causar reacciones involuntarias en tu cuerpo. Lejos del drama, muchas veces es involuntario. Y esto se los dice una de las personas más frías, más insensibles y que detesta llorar en público. Porque, como diría Camaleón, llorar es para valientes si lo haces tu solo, pero llorar es para cobardes si lo haces con una multitud. Pero en este caso no lo haría por miedo a sentirme desilusionada de mi misma, simplemente porque es bien difícil que algo me conmueva sea para sentimientos buenos o malos.
Película americana
Él estaba a punto de embarcar. Yo estaba ya con los ojos rojos. Él se aguantaba, pero ambos habíamos llorado todo el camino. Mis papás nos miraban, me miraban con lástima. Pero ahora no solo eran ellos, eran todos. Se convirtió en un espectáculo. ¡Saquen las canchitas, señores! No decíamos nada, solo llorabamos. ¿Por qué lloraba si al día siguiente hablaría con él por msn? ¿Por qué lloraba si sabía que nos volveríamos a ver? Porque solo hay una primera vez. Porque ahora que lo pienso, quizás sabía que después no sería lo mismo por ciertas circunstancias. Nos apartamos. Vi un ambiente borroso por mis ojos. Me sequé los ojos y vi a mi mamá llorando no por él, no por mi, sino por la escena. Vi hacia los costados y había gente llorando mirándonos y no habían despedido a nadie, estaban llorando por la escena de película americana. Tan perfecta para los ojos, tan perfecta de forma, pero con un fondo casi mediocre. Me despedí. Me rompía. Semanas más tarde caí en una depresión horrible. Sí, fue depresión. No comía, no dormía, me pasaba todas las noches llorando porque no soportaba escuchar su voz sin verlo. Estaba muy delgada con los ojos chicos e hinchados. No salía. Hasta que pisé nuevamente el colegio y comencé uno de los mejores años de mi vida, el año en que me descubrí a mi misma. (La última vez, la ÚLTIMA, los ojos ni se me pusieron vidriosos, así es la vida). Desde ese día odié la puerta de embarque del Jorge Chávez.
Auberge du Château
Tenía lista mis maletas en el cuarto más lindo que pude haber estado. Mejor que el hotel más caro del mundo. Miré a mi alrededor y me dije a mi misma temblando, con ese nudo en la garganta, con el corazon apoyado en mi diafragma y con el frió en los pies, que dudo mucho que volveré a estar en un castillo. Baje las escaleras de madera, abrí la puerta "hermosa" -porque era hermosa, no miento, uno nunca le da esos adjetivos a puertas- entré al salon, y toda la familia, tan numerosa estaba ahí haciendo la reunión familiar que tendían a hacer todos los domingo reunidos. Los embutidos más caros y raros, quesos de todo tipo, música clásica, las mujeres vestidas elegantemente, maquillladas, los hombres hasta con el calzoncillo de marca. Yo, la peruana, botas, leggins, vestido, cara de resaca y lo único caro que tenía era el collar de plata con un diamante que me habían regalado al llegar a esa casa, que lo habían mandado hacer en París especialmente para mi. No me gusta la gente superficial, no me gusta la gente "pituca", pero ellos no me hacían sentir como una más, simplemente me hicieron sentir muy cómoda. Él, tan gay y tan acogedor como siempre, se sentó a mi lado y me abrazó. Miraba a mi alrededor y ahí estaba el cuadro abstracto que tenía billetes de verdad pegados y pintados. Muestra clara de lo adinerados que eran. El timbré sonó, era la tercera familia. Mi cara inconcientemente de lo que eran risas, se transformó en pura tristeza y se me salieron las lágrimas. Todos los hermanos y hermanas se me acercaron y me abrazaron diciéndome en un francés tan parisino que deje de llorar. La mamá me abrazó con el papá y me dijeron que yo fui como una hija para ellos, que si fuera por ellos me adoptarían -cosa que me dijeron desde que llegué- mientras que me acercaban la última copa de champagne francés que tomaría junto a ellos. Trataba de dejar de llorar porque la siguiente familia, su primera impresión, fue ya verme llorando. Luego de una charla, donde yo me la pasé casi muda por aguantarme, recogí mis maletas, lo abracé, caminaba hacia el carro, volteé y vi tan de cerca por última vez el castillo donde estuve alguna vez en mi vida, dos semanas.
Soirée péruvienne
No queríamos bailar, no queríamos cantar. En verdad yo si lo hubiese hecho, pero me toco con gente tan rochosa que ni me atreví a insistirles. Preparamos una exposición. Salió fatal. Pero nosotros sabíamos que lo mejor lo habíamos dejado para el final. Con mi mamá como cómplice cruzando el océano, preparé un video de despedida, que era para llorar sin duda. Mientras lo veíamos, vi a toda esa gente que se había dispuesto a acoger a un completo desconocido y de una cultura tan fría como les entraba el sentimiento de nostalgia de la sensibilidad latinoamericana. No lloré, no tenía ganas aún. Después que terminó el video, la profesora me alcanzó el micrófono a mi, y yo con mi francés casi ya perfecto, sin tener premeditada las palabras, me limité a ver a todos, y empecé a llorar en los brazos de una compatriota. Todos aplaudieron de nuevo esa escena de sensibilidad latinoamericana.
Solos en una carretera
Todos dicen que ese día es el peor de la experiencia más inolvidable de tu vida. No abandonar el país, no abandonar París, sino irte de tu "pueblucho". Todos estabamos en medio de la carretera, en un grifo, no esperaba que todas las familias que me habían acogido vayan, pero fueron todas. Más que agradecimiento, lo que mis ojos expresaban era el hecho que ellos estuvieron presentes e hicieron posible que la pasé mucho mejor de lo que pensé. Llego el bús recogía a todos los peruanos que se quedaron en Bretaña, bajaron los peruanos. Bajaron mis amigas corriendo, todas con sus sacos franceses, tacos, maquilladas, igual que yo. Me abrazaron y a mi costado, estaba el preferido. Lo miraban con asombro y se quedaban con la boca abierta. No sabía si era por lo cabro que era o por lo bien que se le veía. Fui al bus a dejar mis maletas, me empecé a despedir de las familias. Abracé a la familia que se dedicó por completo a mí, ellos se pusieron a llorar, yo no. Abracé al preferido, quien me prometió que iría a Perú a visitarme y que cuando yo regrese a Francia iremos a ver Farinelli y a modelar juntos. Cuando ambos se fueron, algo se rompió, me dije a mi misma, que se había terminado, nunca más volvería a repetir esta experiencia, rompí en un llanto incontrolable, la que se volvió en una amiga, casi como peruana, me abrazó y se puso a llorar conmigo. Mis demás characatas empezaron a llorar conmigo porque sabían que también entre nosotros, todo había terminado. Se fueron todos, regresé a mi vida practicamente limeña. Subí al bus. Me esperaba V. con una sonrisa, me senté a su lado y lloré. Ella solo me dijo mientras me abrazaba: "Sabía que tú ibas a ser la que la pasaría mejor". Luego esos días en Paris fueron más que ganas de irme a la estación, subir al TGV y regresar a Bretaña. Fueron estar en el cuarto de hotel al borde de las lágrimas mientras V. me decía que si seguía así no iba a disfrutar mucho París. En Lima misma, me sentí con esa nostalgia por semanas. Y es que el 2010 se convirtió en un año que valió la pena sentir.
Y se acabaron los días más sencillos
Cada uno decía sus palabras cursis. Se estaban pasando un micrófono invisible para decir cosas sentimentales. Yo solo oía. Hasta que yo sola entré a la reflexión: Nunca en mi vida volvería a ver a los 34 imbéciles reunidos en un salón de clase. Nunca más tendría la sensación de estar en clase hueveando, nunca más verlos todos los días. Me di cuenta que pasamos más tiempo con los amigos del colegio que con los mismos padres. Son lazos que te obligan a hacer. Son los amigos que nunca escogiste, que te los impusieron, pero sin embargo te enseñaron una de las cosas más importantes en la vida: La tolerancia. Tengo una gama de amigos, un arcoiris. Se que jamás voy a volver a querer a hablar a gente como algunos de ellos. Pero ellos sí. Por mas imbéciles, huecos, retraídos, inmaduros, se ganaron un espacio dentro de mí. Dije todo esto, claro, en una forma más adecuada, mientras se me rompía la voz. Si, LGG, la presidenta del COES, la que representó al colegio tantas veces, el pilar del colegio, la preferida y amiga de todos los profesores y alumnos, la que era tonera, estudiosa y bonita a la vez, se quebró y lloró como nunca en frente de todos. No lo hacía por el colegio, no lo hacía por ellos, era por mi. Después de todo, nunca más me volveré a sentir en una nube de algodón rosa misma Katy Perry. Después de esto, nada volverá a ser tan fácil.
Y como dije en todos estos casos: No llores porque pasó, sonríe porque sucedió.
No hablo de despedidas de relaciones, amistades, cuestiones sentimentales, que uno mismo se aparte de las personas, ya que ahora con msn, skype, facebook, entre otros, es imposible perder el contacto con las personas. ¿Entonces qué es lo que duele? Lo que duele es el hecho de saber que esos momentos no volverán a repetirse y si es que vuelves a ver a esas personas, ya no será lo mismo de antes. Quizás el hecho que hay pocas probabilidades que no volverás a ver a esas personas, que es un equivalente al hecho que hayan fallecido para ti o tú para ellos, total nunca más los volverás a ver o conversar con ellos, practicamente como la muerte de alguien no tan cercano a ti. Además las lágrimas le dan ese toque triunfal al final. Te dejan con ese pólvoro en la boca que viviste bien, que la pasaste bien, que gozaste. Todos somos sensibles, somos humanos, nuestro cuerpo esta muy bien diseñado para que cuando sintamos emociones, lloramos, reímos, sonreímos, se nos erizan los vellos, etc. El que no lloró en una despedida, es porque en verdad, los momentos no tuvieron el significado necesario para causar reacciones involuntarias en tu cuerpo. Lejos del drama, muchas veces es involuntario. Y esto se los dice una de las personas más frías, más insensibles y que detesta llorar en público. Porque, como diría Camaleón, llorar es para valientes si lo haces tu solo, pero llorar es para cobardes si lo haces con una multitud. Pero en este caso no lo haría por miedo a sentirme desilusionada de mi misma, simplemente porque es bien difícil que algo me conmueva sea para sentimientos buenos o malos.
Película americana
Él estaba a punto de embarcar. Yo estaba ya con los ojos rojos. Él se aguantaba, pero ambos habíamos llorado todo el camino. Mis papás nos miraban, me miraban con lástima. Pero ahora no solo eran ellos, eran todos. Se convirtió en un espectáculo. ¡Saquen las canchitas, señores! No decíamos nada, solo llorabamos. ¿Por qué lloraba si al día siguiente hablaría con él por msn? ¿Por qué lloraba si sabía que nos volveríamos a ver? Porque solo hay una primera vez. Porque ahora que lo pienso, quizás sabía que después no sería lo mismo por ciertas circunstancias. Nos apartamos. Vi un ambiente borroso por mis ojos. Me sequé los ojos y vi a mi mamá llorando no por él, no por mi, sino por la escena. Vi hacia los costados y había gente llorando mirándonos y no habían despedido a nadie, estaban llorando por la escena de película americana. Tan perfecta para los ojos, tan perfecta de forma, pero con un fondo casi mediocre. Me despedí. Me rompía. Semanas más tarde caí en una depresión horrible. Sí, fue depresión. No comía, no dormía, me pasaba todas las noches llorando porque no soportaba escuchar su voz sin verlo. Estaba muy delgada con los ojos chicos e hinchados. No salía. Hasta que pisé nuevamente el colegio y comencé uno de los mejores años de mi vida, el año en que me descubrí a mi misma. (La última vez, la ÚLTIMA, los ojos ni se me pusieron vidriosos, así es la vida). Desde ese día odié la puerta de embarque del Jorge Chávez.
Auberge du Château
Tenía lista mis maletas en el cuarto más lindo que pude haber estado. Mejor que el hotel más caro del mundo. Miré a mi alrededor y me dije a mi misma temblando, con ese nudo en la garganta, con el corazon apoyado en mi diafragma y con el frió en los pies, que dudo mucho que volveré a estar en un castillo. Baje las escaleras de madera, abrí la puerta "hermosa" -porque era hermosa, no miento, uno nunca le da esos adjetivos a puertas- entré al salon, y toda la familia, tan numerosa estaba ahí haciendo la reunión familiar que tendían a hacer todos los domingo reunidos. Los embutidos más caros y raros, quesos de todo tipo, música clásica, las mujeres vestidas elegantemente, maquillladas, los hombres hasta con el calzoncillo de marca. Yo, la peruana, botas, leggins, vestido, cara de resaca y lo único caro que tenía era el collar de plata con un diamante que me habían regalado al llegar a esa casa, que lo habían mandado hacer en París especialmente para mi. No me gusta la gente superficial, no me gusta la gente "pituca", pero ellos no me hacían sentir como una más, simplemente me hicieron sentir muy cómoda. Él, tan gay y tan acogedor como siempre, se sentó a mi lado y me abrazó. Miraba a mi alrededor y ahí estaba el cuadro abstracto que tenía billetes de verdad pegados y pintados. Muestra clara de lo adinerados que eran. El timbré sonó, era la tercera familia. Mi cara inconcientemente de lo que eran risas, se transformó en pura tristeza y se me salieron las lágrimas. Todos los hermanos y hermanas se me acercaron y me abrazaron diciéndome en un francés tan parisino que deje de llorar. La mamá me abrazó con el papá y me dijeron que yo fui como una hija para ellos, que si fuera por ellos me adoptarían -cosa que me dijeron desde que llegué- mientras que me acercaban la última copa de champagne francés que tomaría junto a ellos. Trataba de dejar de llorar porque la siguiente familia, su primera impresión, fue ya verme llorando. Luego de una charla, donde yo me la pasé casi muda por aguantarme, recogí mis maletas, lo abracé, caminaba hacia el carro, volteé y vi tan de cerca por última vez el castillo donde estuve alguna vez en mi vida, dos semanas.
Soirée péruvienne
No queríamos bailar, no queríamos cantar. En verdad yo si lo hubiese hecho, pero me toco con gente tan rochosa que ni me atreví a insistirles. Preparamos una exposición. Salió fatal. Pero nosotros sabíamos que lo mejor lo habíamos dejado para el final. Con mi mamá como cómplice cruzando el océano, preparé un video de despedida, que era para llorar sin duda. Mientras lo veíamos, vi a toda esa gente que se había dispuesto a acoger a un completo desconocido y de una cultura tan fría como les entraba el sentimiento de nostalgia de la sensibilidad latinoamericana. No lloré, no tenía ganas aún. Después que terminó el video, la profesora me alcanzó el micrófono a mi, y yo con mi francés casi ya perfecto, sin tener premeditada las palabras, me limité a ver a todos, y empecé a llorar en los brazos de una compatriota. Todos aplaudieron de nuevo esa escena de sensibilidad latinoamericana.
Solos en una carretera
Todos dicen que ese día es el peor de la experiencia más inolvidable de tu vida. No abandonar el país, no abandonar París, sino irte de tu "pueblucho". Todos estabamos en medio de la carretera, en un grifo, no esperaba que todas las familias que me habían acogido vayan, pero fueron todas. Más que agradecimiento, lo que mis ojos expresaban era el hecho que ellos estuvieron presentes e hicieron posible que la pasé mucho mejor de lo que pensé. Llego el bús recogía a todos los peruanos que se quedaron en Bretaña, bajaron los peruanos. Bajaron mis amigas corriendo, todas con sus sacos franceses, tacos, maquilladas, igual que yo. Me abrazaron y a mi costado, estaba el preferido. Lo miraban con asombro y se quedaban con la boca abierta. No sabía si era por lo cabro que era o por lo bien que se le veía. Fui al bus a dejar mis maletas, me empecé a despedir de las familias. Abracé a la familia que se dedicó por completo a mí, ellos se pusieron a llorar, yo no. Abracé al preferido, quien me prometió que iría a Perú a visitarme y que cuando yo regrese a Francia iremos a ver Farinelli y a modelar juntos. Cuando ambos se fueron, algo se rompió, me dije a mi misma, que se había terminado, nunca más volvería a repetir esta experiencia, rompí en un llanto incontrolable, la que se volvió en una amiga, casi como peruana, me abrazó y se puso a llorar conmigo. Mis demás characatas empezaron a llorar conmigo porque sabían que también entre nosotros, todo había terminado. Se fueron todos, regresé a mi vida practicamente limeña. Subí al bus. Me esperaba V. con una sonrisa, me senté a su lado y lloré. Ella solo me dijo mientras me abrazaba: "Sabía que tú ibas a ser la que la pasaría mejor". Luego esos días en Paris fueron más que ganas de irme a la estación, subir al TGV y regresar a Bretaña. Fueron estar en el cuarto de hotel al borde de las lágrimas mientras V. me decía que si seguía así no iba a disfrutar mucho París. En Lima misma, me sentí con esa nostalgia por semanas. Y es que el 2010 se convirtió en un año que valió la pena sentir.
Y se acabaron los días más sencillos
Cada uno decía sus palabras cursis. Se estaban pasando un micrófono invisible para decir cosas sentimentales. Yo solo oía. Hasta que yo sola entré a la reflexión: Nunca en mi vida volvería a ver a los 34 imbéciles reunidos en un salón de clase. Nunca más tendría la sensación de estar en clase hueveando, nunca más verlos todos los días. Me di cuenta que pasamos más tiempo con los amigos del colegio que con los mismos padres. Son lazos que te obligan a hacer. Son los amigos que nunca escogiste, que te los impusieron, pero sin embargo te enseñaron una de las cosas más importantes en la vida: La tolerancia. Tengo una gama de amigos, un arcoiris. Se que jamás voy a volver a querer a hablar a gente como algunos de ellos. Pero ellos sí. Por mas imbéciles, huecos, retraídos, inmaduros, se ganaron un espacio dentro de mí. Dije todo esto, claro, en una forma más adecuada, mientras se me rompía la voz. Si, LGG, la presidenta del COES, la que representó al colegio tantas veces, el pilar del colegio, la preferida y amiga de todos los profesores y alumnos, la que era tonera, estudiosa y bonita a la vez, se quebró y lloró como nunca en frente de todos. No lo hacía por el colegio, no lo hacía por ellos, era por mi. Después de todo, nunca más me volveré a sentir en una nube de algodón rosa misma Katy Perry. Después de esto, nada volverá a ser tan fácil.
Y como dije en todos estos casos: No llores porque pasó, sonríe porque sucedió.
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