Hay que aceptarlo, lo prohibido siempre nos seduce.
Siempre escribo cuando no debo y cuando tengo ese tiempo que está ahí colgando esperando ser usado, no lo uso. ¿Qué hago en ese tiempo? Pues estoy muy ocupada viviendo la vida y haciendo una que otra boludez, pero eso sí, nunca hay nada como cuando vienen esas ganas incesantes de escribir. Tampoco, no hay nada como cuando te viene el vicio de escribir y te pican las manos por varios días.
La garganta me está aniquilando y no puedo saborear bien mi jugo de maracuyá. Esta desazón fue a cambio de una noche legal que poco recuerdo gracias a muchos martinis, que no los bebí como aperitivos, sino como agua. Mi físico que no está acostumbrado a mucha actividad y ya había alcanzado un reposo máximo por dejar las noches de juerga, volvió a las andanzas en una noche y hasta ahora me sigue doliendo.
Días anteriores a la noche de quiebre, fumé un par de veces hierba y una droga desconocida que hasta ahora no sé el nombre. Creo que eso no afecta en lo absoluto mi estado físico actual, a menos que me saquen alguna prueba médica y ¡oh! muy arruinada estaré yo. Para lo único que siempre tengo físico y lo seguiré teniendo, creo que será para hacer el amor con él, sobre todo si últimamente tengo que apoyarme hacia la pared y ponerme de puntas. Me llevarán al ginecólogo pronto, y ¡oh! muy arruinada estaré yo, nuevamente (no me escapo de esa), porque probablemente se den cuenta que la inmaculada princesa no tiene relaciones tan esporádicamente como parecía.
Creo que ya la tengo: un factor que influye mucho la desazón de mi jugo de maracuyá, creo que son los probables quistes dentro de mí y su dudosa existencia (o quizás tengo huevadas peores) que me dejaron privada un día en su cama. Recuerdo verlo de blanco, alistándose para sus clases de tae kwon do y segundos más tarde (en el mundo de mis delirios), se encontraba a mi lado, sin polo, acariciándome la espalda y susurrándome que todo iba a estar mejor. Las lágrimas de dolor se me escapaban, cada vez me duele más ese diluvio rojo y él solo me besaba más el rostro. El resto fueron recuerdos difusos. Al final él terminó en mis brazos llorando por mis sinceridades que cada día voy lanzando tal cuales bombas atómicas. No recuerdo haber dicho en el momento preciso que algún día, más tarde, volvería al tema, pero tengo la sensación única que se me pasó ese pensamiento por la cabeza.
El jugo de maracuyá me sabe a granadilla, no está tan malo después de todo. Tengo que contraargumentar ciertas cosas y prefiero escribir banalidades por un rato. Después de todo, creo que pensé demasiado cuando caminaba hacia la avenida Brasil: lo raro que es para mí lo normal y en qué momento se me fueron las ganas de vivir hechos pocos convencionales. Por jugar con fuego, sales quemado. Ya experimenté, ya jugué con fuego dos veces y tuve dos resultados distintos. Creo que hace un par de meses decidí sentar cabeza respecto a mi obsesión con lo extraño y al dramatismo inducido, a pesar de yo no ser dramática. A veces creo que esas historias para contar a los nietos, ya están tatuadas en mi cuerpo.
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