Vomiten arco-irises. Si pe, lo acepto. Ai am in lof, aguen an aguen. Pero les prometo que esta vez no es que me cueste aceptarlo por orgullo, sino por miedo. Qué asco me doy. Qué bonito es verme en el espejo cada mañana que me levanto con una sonrisa.
La magia no (sí) existe. Nada es real como dicen mis eternos amores de los sesenta. Ando algo mareada después de haber hecho combinaciones extrañas y de atracarme con afrodisiacos. Pero sin duda alguna, no hay nada como doparme con su presencia. Al diablo con todo lo trillado que puede haber creado mi mente. Así como dice esa canción de la cual estoy abusando mucho en estos días, él es mi guerra perdida. La guerra perdida de mi resistencia, de mi miedo, de mi temor. Él le ganó a todas esas mierditas que me impedían (en cierto modo) vivir cada situación al máximo. El miedo es el archi enemigo no solo para él, sino para mi misma. Es ese jefe final del videojuego, de la historia. Nada es color de rosa aquí, no es esa comedia romántica, esta vez no. Porque lo más inesperado, a veces resulta ser lo más bonito y surreal. Lo siento, pero no puedo conceptualizar más estos días. Tan solo diré que es un amor antropológico, un "algo" (o quizás, debería decir un "alguien") que me ha enseñado a dejar de buscarle etiquetas a lo nuestro y a mi misma
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